En la categoría del “toco y me voy” y su relación con el tema sexual, los únicos históricamente ¿privilegiados? han sido los varones. Apoyados y estimulados por la impronta cultural que los espera “machos” (en su clara vinculación con los animales) y embanderados en la genitalidad como centro de su sexualidad, los varones contaban con orgullo la cantidad de minas que se habían bajado (ligado, volteado, comido, partido al medio como un durazno, etc.). Los términos usados para referir esta particularidad son harto conocidos y expresan la vulgaridad en sus amplios sentidos.
Respetando la polaridad que las consignas sociales tienden a establecer entre los géneros, las mujeres quedamos, entonces, destinadas a la sexualidad ligada al amor, al matrimonio y a la fecundidad.
Pero, claro, transitamos decenas de años intentando evolucionarnos en todos los ámbitos y la sexualidad no quedó afuera de la llamada “revolución femenina”. Apareció, entonces, como un derecho adquirido, la posibilidad de reconocer y transmitir nuestro deseo e –incluso- nuestra necesidad de vivir la sexualidad a pleno. Surgieron las preguntas, las inquietudes, las exigencias para expandir esta área tan importante de nuestra vida. ¿Qué pasa con mi orgasmo? ¿Cómo lo consigo? No me gusta cómo me acaricia. No tenemos erotismo en nuestros encuentros… Y tantos cuestionamientos más.
Entretanto, comenzamos a integrar y poner en práctica ciertas formas hasta ahora adjudicadas y permitidas sólo a los varones. Comenzamos a ser más activas en el cortejo y no nos quedamos esperando la señal inequívoca de ellos. Si no nos sacan a bailar, bailamos entre nosotras divirtiéndonos y exponiéndonos a sus miradas. Si un tipo nos gusta, las más audaces lo encaramos sin tapujos. Nos permitimos transar, chapar o franelear con varios una misma noche y no nos importa nada.
Para ejemplificar este importante cambio en las costumbres sexuales de las mujeres, vayan algunas anécdotas y comentarios que compartí.
Amiga A: ¿Qué hiciste anoche?
Amiga B: Estuve curtiendo con un flaco, la pasamos bárbaro, un sexo espectacular.
Amiga A: ¡Qué bueno, contame todo!
Amiga B: La macana es que ni siquiera me acuerdo del nombre.
Amiga A: Estuve con un pesado anoche…
Amiga B: ¿Por, qué pasó?
Amiga A: Nada, el sexo regio, lo que pasa es que cuando terminamos me ocurrió lo de siempre.
Amiga A: ¿Qué?
Amiga B: El príncipe azul devino jabalí.
Amiga A: Jajaja!
Amiga B: ¡Qué horror! Sacármelo de encima y rajarlo de casa fue todo un tema.
Amiga A: Anoche me levanté un tipo y me lo llevé al toque.
Amiga B: ¿Y cómo te fue?
Amiga A: Supongo que bien, lo que pasa es que se quedó a dormir conmigo.
Amiga B: ¿Y?
Amiga A: Nada, vos sabés… es mucho más fácil entregar el sexo que el desayuno.
De todos modos, cabe aclarar que las conductas se modifican mucho antes de que los mitos caigan. Por lo tanto, inexorablemente, en el fondo de nuestros corazones, las mujeres continuamos buscando al hombre de nuestras vidas.
Lic. Adriana Arias, psicóloga y sexóloga, co-autora de los libros "Locas y Fuertes" y "Bichos y Bichas del Cortejo", junto a Cristina Lobaiza (Del Nuevo Extremo) - entre mujeres