De excursión por el punto G

Dicen que es la mayor expresión del placer, que todos buscan pero pocos encuentran. Científicos y amantes se han comprometido con la exploración de esta zona, que parece resistirse a la cartografía.

El mundo se divide en dos: el de quienes defienden a capa y espada la existencia del punto G y el de los que dicen que es cuento chino. Entre los primeros están aquellos que, como el señor Ernest Gräfemberg (que en un arranque de vanidad lo bautizó con la primera letra de su apellido), son capaces, cual Google Earth, de ubicarlo con exactitud.

El segundo grupo está lleno de frustrados que aseguran haber gastado media vida merodeando, mapa en mano, alrededor del punto, sin éxito alguno.

Dada la fama del puntico aquel, a todas nos gustaría que el grupo de los más convencidos se organizara y se dedicara a regalar el tal mapa en los semáforos, pero la verdad sea dicha, si la cosa es como la pintan -un punto anatómico con rugosidad y forma de bultico, sembrado a mitad de camino en la parte frontal de la vagina (ya hablaremos de los hombres)-, cada una de nosotras lo hubiera puesto a funcionar sin tanta instrucción.

Para acabar de completar, los científicos se han encargado de enredar más la cuerda, como los magos del Journal of Sexual Medicine, la biblia de la sexología científica. Tras analizar a 900 parejas de gemelas idénticas, entre los 18 y los 83 años, concluyeron que la tal área simplemente no existe. Los investigadores partieron de la hipótesis de que si una de las gemelas respondía al estímulo en el sitio señalado, y aledaños, la otra también. Pero no fue así. Esto sembró la duda sobre la existencia de ese rico lugar que todas queremos visitar.

Pero no se desanimen. Otros científicos preocupados, vestidos de exploradores, se fueron de excursión al sitio, y encontraron que allí hay un tejido más grueso, que existe preferentemente en aquellas mujeres que la pasan rico, es decir, las que tienen orgasmos (¡como yo!).

El asunto no se queda ahí nomás. El doctor Tim Spector, del Hospital Santo Tomás de Londres, se metió por allá con herramientas y todo (un equipo de ultrasonido, no piensen mal...), y se atrevió a decir que el bultico denominado punto G no es más que una porción del clítoris. Por eso se siente tanto...

Hasta aquí lo nuestro, porque la discusión sobre si existe o no invadió ya hace un tiempo el terreno de la anatomía masculina. Y aunque estoy segura de que ninguno se negaría a activar ese punto que, dicen, dispara placeres insospechados al estilo de un interruptor, todos entran en pánico cuando se enteran de que está domiciliado justo ahí, donde solo, y a duras penas, le dan permiso al urólogo de llegar, cuando no queda otro remedio que someterse al examen de la próstata.

Sí, señores: este es un asunto más práctico que teórico, porque una cosa en ellos es encontrarlo y otra activarlo. Además de máxima compenetración con la pareja, hallarlo requiere dejar bajo la cama el machismo, y eso es tan impensable para algunos, que prefieren cortar por lo sano y, sin tanto estudio, negar de plano su existencia.

Ya es hora de dejar tanta bobada, y sin preocuparnos por su existencia, de vez en cuando pegarse unos viajecitos dos centímetros adentro, y hacia delante, en ellas, y dos centímetros, y hacia atrás, en ellos. Si se siente rico, qué bueno, y si no, nada perdieron.

Si me lo preguntan diré que para mí no hay un único punto G... Tenemos tantas partes del cuerpo que nos ponen a mil, más allá de los obvios, que solo piden dedicación, unas buenas manos, una buena boca y una pareja que se pegue a ellas, solo buscando esos placeres que, a la hora del aquello, pueden tener cualquier letra del alfabeto. A la hora de un polvo intenso, nuestro cuerpo tiene puntos a, b, c... y hasta la z. Hasta luego.

Por Esther Balac

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