Mi amigo Gilberto estaba perdidamente enamorado de una mujer. Hablaba de ella como si se tratara de una musa o una diosa que mereciera cualquier sacrificio. Ella, en cambio, se mostró tan imperfecta, indecisa y humana como era. Aguantó los celos y las exigencias de Gilberto, pero un día se hartó de que siempre la hiciera sentirse en falta. Al idealizarla, Gil le pedía una perfección humanamente imposible y un nivel de amor que sólo es existe en las historias de ficción.
La separación lo dejó muy mal: a todas las reuniones llegaba con las heridas expuestas diciendo que la mujer le había destruido la vida, que la odiaba porque él “lo había entregado todo y ella no había sido capaz valorarlo”. Y mientras lo escuchaba, me quedé pensando: ¿No será que está enojado consigo mismo por haberla idealizado?
Otro día, Gilberto necesitaba hablar con alguien y me invitó un café:
– Estoy dispuesto a olvidarla, pero no sé por dónde empezar –dijo con toda humildad.
– “¡Pare de sufrir!” –le dije un poco en broma.
– Ya, es en serio. Quiero dejar de sentirme así.
– Me da gusto, Gil. Creo que podrías empezar por cambiar de perspectiva. Deja de sentirte la víctima y verás que has ganado más de lo que perdiste.
Costó trabajo que Gil se cambiara el “chip” de víctima, pero poco a poco fuimos llegando a estas conclusiones:
a) Es necesario vivir el duelo del desamor, llorar, patalear y desahogarse. Pero no se puede andar eternamente como animal herido causando lástima. Claro que nuestra cultura nos ha mostrado “los beneficios” que conlleva adoptar el papel de la víctima: uno puede ganarse la conmiseración de los demás y quedar como “el bueno” del cuento. Sin embargo, ante uno mismo, usar las heridas abiertas como justificación para no hacerse cargo de la propia miseria, es un callejón sin salida. Hay que soltar el rencor, dejar que las heridas cierren y se conviertan en cicatrices, en signos que nos recuerden lo que ya no queremos volver a padecer.
b) Si esto se tratara de victimarios, no necesitamos de otros: uno es víctima de su propia desmesura. “Amar es entregarlo todo sin esperar nada a cambio”. Suena lindo, pero es un acto temerario. Habría que respondernos con sinceridad estas dos preguntas: ¿qué buscamos cuando lo entregamos “todo”?, ¿es cierto que no esperamos “nada” a cambio? (Mi querido Gil sigue trabajando en esta pregunta, quizás le da terror aceptar que no es tan buen samaritano como creía.)
c) Idealizar al otro es negarle la posibilidad de ser quien realmente es. Cuando creamos expectativas sobre ese ser idealizado y luego le reclamamos porque “no fue lo que esperábamos” (o sea, le pedimos peras al olmo), estamos siendo injustos. No hay amor perfecto porque no hay ser humano perfecto. Quizás el mérito está en aceptar al otro como es, en confrontarlo y dejarse confrontar para ser una pareja armoniosa.
d) Al cerrar una puerta, otra se abre; cuando pierdes con una pareja, ganas herramientas para tu próxima relación. Antes de refundir los recuerdos en el baúl del olvido, es preferible elegir aquellos que nos hagan tomar mejores decisiones en el futuro.
Finalmente, amar es un riesgo que se asume libremente. Y como todo ejercicio de libertad, conlleva algunas responsabilidades, sobre todo, que cada quien se haga responsable de sí mismo, de lo que siente, de lo que piensa y de lo que espera del otro.
fuente: http://www.yahoo-entreamigas.com/Luza-Alvarado/2009/12/%C2%BFamar-sin-esperar-nada/
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