El verdulero me cuenta detalles íntimos de su relación matrimonial. ¿Y vos con quién hablás?
No sé por qué me pasa, pero siempre fue así. La gente se acerca a mí para despacharse con las cuestiones más íntimas. No me hablan tanto de sus amistades o de sus problemas laborales, como de lo que les pasa o no les pasa en la cama. Y no me dejo de sorprender a pesar de mi basta experiencia en confesiones inesperadas, explicaciones no solicitadas, intimidades ajenas. A esta altura soy una especie de contenedor antropológico de vicisitudes sexuales de gente más o menos desconocida.
Ayer me volvió a pasar, en la verdulería. Desde hace más de 10 años tengo un vínculo cordial y distante con Cristóbal, el señor que atiende la verdulería. Lo saludé y el buen hombre, mientras me alcanzaba unos duraznos blancos para que los palpe, me dice:
- Vos podés creer, mi mujer, con 20 años de casados, me dice ahora que ella no disfruta conmigo, que rara vez tiene un...
No contesté, solamente abrí grandes los ojos y palpé los duraznos. Porque uno no sabe, en estos casos, si el otro espera una respuesta de algún tipo o solamente quiere desahogarse.
- En estos últimos dos años anduvo mirando un montón de programas sobre sexo en esos canales femeninos. Y esos le dieron coraje para decirme. Imagináte. Me siento un pelotudo.
Y entonces lo dijo:
- Vos sos piola, vos sos mujer: ¿vos qué pensás que tengo que hacer?
Sí, esperaba una respuesta. Le puse cara de aplomo, le dije de corrido: perrito y con una mano estimulación en el clítoris o si no un cunilingus pero con dedicación.
Cristóbal me sostuvo la mirada, se puso un poco rojo, pero me sostuvo la mirada. Lo pensó y me dio las gracias. Me fui con los duraznos blancos maduros, habiendo olvidado la lechuga arrepollada, pensando si le habré aconsejado bien. Hay momentos, como ese, en los que la responsabilidad me agobia.
Tuve que volver al día siguiente a buscar la lechuga. Además esperaba encontrarme con Cristóbal y verle la cara. Las caras lo dicen todo, no hace falta preguntar nada. Pero me encontré entonces con Rosita, su mujer. Cristóbal no estaba, estaba Rosita.
Rosita no me miraba, me saludó dándome la espalda mientras acomodaba una ristra de ajo, ¿comoandásGreta?. Después se dio vuelta y me sonrió, pero no era una de esas sonrisas. Elegí mi lechuga, de repente me estaba agarrando apuro. Rosita miró la lechuga, pesó la lechuga: estaba pensando. Entonces clavó sus ojos sin rimel en los míos y me dijo.
- Lo que le dijiste a mi marido no funcionó.
Ahhhh, dije yo, qué lástima.
- Pero ¿sabés qué?, dijo, cuando vengas la próxima vez decíle:
Entonces Rosita se me acercó y me susurró al oído, Ufffff, sus claves de la felicidad. Esa mujer no sé dónde estuvo guardándose durante los últimos 20 años con Cristóbal, pero lo que me acababa de decir... me sorprendió. Pensé, unaleonaenjaulada esta Rosita.
Y la miré y le dije lo más sensato que pude decir.
- Rosita, ¿por qué no le habla así a su marido? ¿no le parece?, a mí me parece que él se va a poner muy contento ¿no le parece?
Rosita sonrió, miró el piso. Si me lo puede decir a mí se lo puede decir a él, le dije. Tenés razón, me dijo.
Me fui contenta. Después, mientras preparaba la ensalada en casa, me quedé pensando por qué a las parejas les resulta tan fácil hablar con desconocidos pero les cuesta tanto decirle a su pareja cuáles son las cosas que les gustan.
Les comentaba al principio que no sé por qué la gente decide contarme estas cosas. Pero creo que debo socializarlas. A lo mejor entre todos sacamos algo bueno.
¿Te animás a hablar "a calzón quitado" con tu pareja? ¿todo todo le decís? ¿todo no? ¿por qué?
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